dimecres, 18 de setembre del 2013

Ionescadas a pequeña escala

La tonta de la venta, en este momento, entiende que las migas que sobran y se quedan sobre la mesa están ahí porque han de desecharse, por más que te apetezca comerlas. Quiere y pretende escribir a tiempo aquello que piensa porque sabe que así ya no se le olvidará y que si lo hace rápido no entenderá su letra y, por supuesto, ya no recordará aquello que pensó. Ya no quiere volver a poner su alma en riesgo porque, en una ocasión, estuvo en oferta pero nadie la quiso comprar. Entiende que el rojo es un nombre que determina un pigmento, así como el verde, pero que desde la mente de un daltónico puede variar esta determinación. Piensa que ha de alegrarse por las cosas que le contentan y llorar por aquellas que le entristecen, así como sentir nostalgia (que es algo que ya hace que no siente) y reírse a carcajada limpia por algo y por otro algo que hace que ese primer algo todavía sea más gracioso y así sucesivamente. Quiere que le digan, pero sabe que ha de decir ella también. Espera a que suene el despertador un minuto antes de cuando debería estar durmiendo. Sabe que su gato es suyo y que todo lo que exponga puede estar en venta porque, así como los pigmentos y su alma, todo depende del lugar desde donde se observe y, sobretodo, según el momento en que se encuentre o, incluso se pierda, todo esto puede variar, debe variar. Y entonces, y sólo entonces, la tonta de la venta pasará a ser la lista de la compra.


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