Pasaron unos
segundos desde que nos adaptamos a la ciudad hasta hacerla completamente nuestra.
El ritmo frenético del lugar más grande del mundo quedaba fuera y ahora,
nosotros, decidimos refugiarnos. La gente subía, bajaba, iba y venía y en ese
constante vaivén ambos quedamos al margen y el uno frente al otro, saboreando
el cartón que envolvía el café, comenzamos a hablar y a escuchar. A pesar de
que la noria aun no se había movido parecía detenerse en ese preciso instante. Unas
palabras muy por encima de un sencillo “te quiero” y mejor que cualquiera de
los silencios partía en dos mitades mi vida. En el transcurso de una mitad a otra
permanecí amarrada al suelo y, a su vez, suspendida en el aire sin pensar en
nada más que en devolver mi respiración de allá donde la había mandado, un
estado de apnea que jamás viví y, probablemente, jamás viva.
De todo cuanto conozco
te escojo como mi persona favorita. Porque cada día ofreces algo nuevo y
verdadero y porque aquello que me aportas no lo puede hacer nadie más. Porque
hay un destello de luz que te aborda y alumbras sin esperar nada cambio,
porque me trasmites pureza y, muy a menudo, serenidad y esa Kalma que
hace que yo tome aire y apacigüe momentos de angustia y, a su vez, me
acompaña en esos instantes que compartimos llenos de júbilo y entusiasmo. Creo
que soy muy feliz y no sólo por quien tú eres, si no por quien soy yo cuando
estoy contigo. Estoy convencida
de que el resto de mi vida quiero vivirla muy cerca de ti.
Estoy con el día sensible y creo que esto es para mí, me reconozco como parte de implicada y esto es lo más bello que me ha pasado este día. Gracias por darme ese valor, gracias por considerarme, por estas palabras. Lo que siento, ya lo sabes.
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